Solo hablo desde la coincidencia
de otros. Aunque sean distintos los matices, en la calle, se juntan la amargura
y la frustración y, al final del día, he estado hablando en ese mismo tono
cansón, monótono.
Parecemos parias, alejados de
esos beneficios simples que debe tener la gente sencilla. Soy una mujer que
escucha, y a veces, quisiera poder hablar menos de catástrofes y más de placer
y gozo. Soy una conciudadana dentro de esas turbas, marabuntas, en busca de alimento
o medicina, o pañales, o vaya a usted a saber la razón para su deambular desde
las cuatro de la mañana. Escucho y nada parece sorprenderme. Son muchas
historias absurdas en mi país, este de la fantasía, el engaño y la penuria.
Solo vemos conjugados los verbos
más abyectos. Despreciar, humillar, entristecer. Es lo vulgar de todos los días.
Eso cotidiano lleno de sudores, mal humor, rabia. Si pudiéramos hablar en
verso, si esta prosa no fuese tan callejera, tan sabor a polvo, tan a
calamidad. Si fuese posible tener la palabra libre, el grito libertario, la
libertad de exigir… Pero, no, hay uniformes y botas y maltrato y desmemoria…
La gente ha olvidado que se vivía
diferente. Pasó a chiste burdo aquello de “cuando éramos felices y no lo
sabíamos”. Algunos para defenderse del olvido, suben a las redes fotos de
anaqueles repletos, calles en buen estado, caras sonrientes, todo en apariencia
tan lejana, tan foto Polaroid, tan instantánea felicidad que se ha borrado hoy por
completo.
Sigo la monocorde cantaleta del "no hay, está agotado, hoy no te toca". Solo pienso en esta ruindad que no
tiene fecha de caducidad, aparentemente. Sin embargo, voy contra el pesimismo. La afirmación esa de "todo pasará", ya es un mantra en mí. Me lo creo. Sí, esto va a pasar.