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marzo 24, 2010

Desacierto

Letargo. Supo que la herrumbre de sus miembros había llegado a su fin. La verde cubierta se estaba despellejando. Un viento de tiempos pasados arribó a la entrada de la sala, anduvo entre los cabellos sin pausa y se detuvo, repentino, casi gozoso, entre el verbo descarado de la pitonisa. ¿O era bruja? Ella danzaba en contorsión sobre cada adjetivo: calificaba, descalificaba. Sus pronombres eran absolutamente personales, como su mirada. Sí, una mirada personal, de esas que te huelen muy dentro, detective de mentiras... Esas que te sostienen el desacierto de tus palabras huecas y te obligan a pensar bien en lo que vas a decir, para que no peques de obvio, de absurdo, de pacato. El desacierto de aquella mañana estaba olvidado. Valía la pena estar allí. ¡Evohé Julito!