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octubre 17, 2010

La bella que es escritora

Leticia es bella, bellísima. No me refiero a la obviedad de sus hebras azabaches. No hablo del equilibrio de las líneas de su rostro. Su estatura; su figura, estampa armónica de formas, no. Es hermosa desde su interior: intelecto-corazón. Pero no sé si ella lo sabe. La escuchamos hablar de sí misma y a mí me sorprende verla desde sus ojos. Cómo no puede darse cuenta, me pregunto. Mantiene sus manos en el volante y, por momentos, gesticula con su derecha como dibujando en el aire. Sus uñas cortas, con un brillo rosáceo; no lleva pulseras, solo un anillo en el cuarto dedo. Habla de su cotidianidad, de la profesión enmarcada, colgada en su estudio; se dirige al pasado. Cuando va allá, una leve quebradura de su voz la delata incómoda. ― ¿Ellos han hecho tanto y yo qué? ―dice con un mohín como queriendo apretar su frustración. La miro de perfil y como hace ya varios meses, veo a una buena persona. Ha mostrado su mejor disposición ante las solicitudes y los favores. Ha sido respetuosa y conciliadora. Ha mostrado su mejor cara como narradora. Creo que eso es suficiente entre tantas máscaras, no obstante, la escucho y dudo.
Múltiples sonrisas hacen aparición mientras cuenta. ―Yo estudié con menganita, fulano era mi amigo del alma en la universidad; zutano, ahora tan mediático, ya en las clases se perfilaba todo un éxito ― habla Leticia con esa cadencia de niña consentida. Nombres, nombres, nombres como si importara la suma de ellos para saber que eras parte de un grupo virtuoso, de un templo de deidades. ― ¿Y yo qué he hecho? ―insiste en esa reflexión absurda de “ellos sí, yo no”. Amanda, en el asiento de atrás, hace un comentario del valor que ella tiene. Pienso que es verdad, que todos lo vemos, pero ella, ¿cómo se ve a sí misma? El semáforo pasa a rojo, frena y se acomoda en el asiento. ¿Ser famosa, ser “seguida”, ser alguien? ¿Importa tanto? Veo a simple vista sobre una mujer: una cadenita delgada, una blusa pulcrísima, jeans y sandalias. Más allá, una sensibilidad recubierta adecuadamente según la estética. Yo me quedo con su amabilidad, su inteligencia y su habilidad creadora. ¿Qué querrá ella para sí?