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octubre 12, 2010

El camarada Amor

Alzó la vista y dijo con esa voz de cabina en off: ―tuve un amor y sobre él escribiré― entonces nos quedamos absortos. A Valeria se le iluminó la mirada. Esas esferas globulosas que siempre estaban entre las líneas que copiaba tuvieron una incandescencia, propia de aquellos recuerdos intensos que se sienten en ritmo de pulso fluyendo arriba y abajo del cuerpo. Ella, alumna precisa en sus decires, ahora hablaba desde su intimidad y nos sentíamos partícipes en una historia inaudita, expectantes todos de lo que en un suspiro resignado estaba a punto de exhalar. La miraba. Su cuello largo yendo hacia atrás, su quijada angulosa relajándose, sus labios desnudos, abiertos a la confesión. Desde sus pómulos altos, veía como su cara se transformaba.
―Arturo tenía una barba profunda como sus ojos. Me gustaba sumergir mis dedos en ese felpudo castaño que cubría las líneas precisas de su cara. Pareces un árabe, le decía, viéndolo como intentando adentrarme en esa barrera doble que irradiaba amor, aunque también parpadearan cuando respondía a mis preguntas sobre los asesinatos en Los Cayos― dijo ininterrumpidamente mientras todos la mirábamos incapaces de emitir palabra alguna. Estábamos frente a una historia de amor contada desde la memoria sensorial y nada podía romper ese rapto confeso.
―Para Arturo, sus aprendizajes fueron contrarios y extremos. Decía que aprendió a degollar a los espías rusos a los trece años, pero su virginidad la perdió conmigo en sus treintas, eso me decía él― continuaba Valeria con una sonrisa tímida a juego con la brillantez de sus pupilas. ―Ustedes saben… ―continuó ahora casi riéndose ―los hombres cuando quieren enamorarla a una, dicen cada cosa… ―Valeria mantenía unos espacios de silencio que podían palparse húmedos. Nosotros éramos una audiencia cautiva, ansiosa de saber más detalles. La profe preguntó cuándo había sucedido todo aquello.
―Yo tenía veinte años, amaba La Isla, sus pies y su pecho peludísimo. De eso hace hace más de treinta años. Él murió y no le respondí su última carta― de pronto se oyó un portazo del aula contigua y saltamos todos del trance. ― De eso haré mi historia… creo...― dijo Valeria tomando de nuevo su bolígrafo verde, firmemente, como siempre.