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septiembre 29, 2010

Disfunción E...mocional

Subía las escaleras con firmeza, golpeando con la planta del pie duramente cada escalón. ― José Manuel Andújar está arrecho y cuando eso pasa ― se decía a sí mismo como si pronunciara un mantra― la tierra tiembla, carajo― mascullaba mientras alcanzaba el segundo piso del edificio administrativo. Sentía su corazón en galope. Decidió no tomar el ascensor porque necesitaba repetirse esas frases vacías que tanto le ayudaban cuando iba a cometer una estupidez. Porque hay que decirlo… este ex gerente corporativo es un archivo bípedo de poca inteligencia. Pero hay que hacer una salvedad, tiene guardado 3 títulos universitarios, varias carpetas de conocimiento y muchos años de experiencia, no obstante inteligencia emocional… no mucha, nada, es la verdad.
Tenía claro qué iba a decir. ―Esta mujercita se las va a ver conmigo― decía al momento de salir de las escaleras empujando la puerta de vidrio de acceso al área de la Dirección Académica ― porque seguro es una simple mujercita de esas, poquita-cosa-fea-sin-gracia, ―argüía muy bajito, caminando hacia la segunda puerta a la derecha, donde le habían dicho que estaba la oficina de la Secretaría. El doctor Andújar, como le gustaba ser llamado, hacía gala de su metro noventa y dos de estatura, sus casi 98 kilos de peso y esa pronunciada calvicie de monje reprimido del medievo. Tenía esa actitud prepotente que cualquiera percibe a la distancia y genera rechazo automático.
―Buenas, vengo a buscar a la señora María Balaguer― dijo secamente a la joven recepcionista ubicada en una oficina con olor a canela y malojillo. Allí el silencio y la luz cálida que llegaba de un ventanal fueron rotos, sorpresivamente, por ese registro grave de voz. Un ficus bien cuidado flanqueaba el acceso a la entrada de la oficina de la secretaria de la Dirección.
―Buenas tardes señor ― respondía la muchacha amablemente, aunque con sorna, mostrando algo levantaba su ceja izquierda, al momento de intentar preguntar: ―¿Tiene ci…?― cuando sorpresivamente, el doctor, nada político en su accionar, le cortó la entonación interrumpiéndola groseramente.
―No necesito cita, muchachita. Vengo a hacer un reclamo formal ante un atropello y tu jefa me va a tener que escuchar―dijo elevando el tono mostrándose más grosero aún. De inmediato, de la oficina contigua al escritorio de la joven se oyó correr una silla drásticamente, y unos pasos apurados se percibieron a pesar de la alfombra azul que aminoraba el sonido.
¡Oh sorpresa, hado divino!, podría haber dicho algún rapsoda de tiempos épicos. Una espigada mujer, de formidable estampa, morena y de cabello muy negro hasta los hombros salió al encuentro de esa irritante voz. Trajeada impecablemente, avistó al sujeto-doctor y de inmediato las miradas chocaron como bólidos en mitad de una vía rápida.
―Caramba, caramba… esa actitud tan poco agradable ―dijo tan solo la mujer, esbozando una sonrisa amplia que dejaba ver una dentadura a juego con el estilo cuidado de aquella visión que se le presentaba al doctor Andújar, después de 20 años. Ella en cuanto lo vio, a pesar del sobrepeso, el paso del tiempo, la ausencia de cabello, lo reconoció de inmediato. Además la suma de la manera de expresarse, el registro vocal, el comportamiento, le era penosamente recordable. Él, como suspendido en una cuerda floja, repentinamente se sentía paralizado en mitad de una oficina desconocida. Él no sabía qué decir. La licenciada María Balaguer, Tiana, como la recordaba, diminutivo de Sebastiana Montiel, tenía las manos sobre las caderas y no dejaba de sonreírse.
―No sabía que tú eras la secretaria que buscaba― atinó a decir, casi balbuceante el doctor Andújar ―porque como el nom..―sí José Manuel―interrumpió― soy Sebastiana María Montiel de Balaguer, la misma que viste y calza, ja,ja,ja ―rió macabra volteándose hacia su asistente, que se mantenía a la expectativa de la situación. ―Y me imagino que sigues igual, bueno ―se acercó ligeramente a la posición de estatua que había asumido el hombre ―igualmente desmejorado… ¿todavía los cuerpos cavernosos no te funcionan verdad? ¿Ahora menos supongo? Bueno, además cómo olvidarlo…¿Por qué lo tuyo no es emocional, sino anal como decíamos en Montana, no?