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septiembre 22, 2010

Ellas, no

Río arriba en Louang Namtha, Laos, las mujeres hacen papel del bambú.
Las manos rugosas se juntan, se acoplan en un rito donde las cilíndricas varas son rasgadas y cortadas hasta llenar unas vasijas más antiguas que las costras de la montaña sagrada. Con paciencia, las mujeres dejan que la lluvia y la luz de las lunas danzarinas transformen la dureza del bambú en una masa grisácea-verdusca. Cuando lo decide el dios del tiempo, las mujeres toman los baldes, sacan un amasijo maloliente y ácido y lo colocan sobre grandes rocas, frente a las aguas de su río ancestral. Allí, la pegajosa masa es golpeada repetidamente hasta adelgazarla. Con precisión las mujeres estiran la fibra, extendiéndola sobre una armazón doble de bambú, de intrincado entrecruce. Con suspiros de sus dedos humedecidos en el río, salpican las rejillas nobles en espera que el sol, espléndido en esa época del año, se encargue de secar, rígida y bellamente, lo que va a ser el legado de su nación. Pero ellas, madres del recipiente de las palabras, son apenas artesanas. Ellas crean el papel que dará vida a los libros escritos en laosiano por los escritores de la aldea, para ser leídos solamente por los hombres.
Las mujeres tienen prohibido leer. Ellas con sus manos diestras, con su espíritu noble y con su amorosa sabiduría construyen la vasija que nutre la idiosincrasia de sus vástagos. Dan vida a la fibra que contiene miedos y sueños, pero no pueden atreverse a mirarlos, ni siquiera a la luz de las velas. Es impensable. El tua lao no está creado para ellas.
Las mujeres cantan, las mujeres oran. Pura palabra confundida en el cauce, aguas arriba; liberada entre el bosque, pero sometida a quedarse dentro de sí. La hermosura de las palabras tejidas entre el bambú aplanado, no puede pertenecerles. Tal vez podrían enamorarse de sus sueños en tinta, quizá podrían enfrentar sus miedos entre las sílabas plasmadas. En cambio, el hombre lee, el hombre escribe.
Los escritores deben estar aislados seis meses para producir sus obras, sin tener contacto alguno con mujer. Entonces la mujer que es dadora de vida, también es fuente de perdición. Es un ángel de manos rugosas o un hada de ojos vacíos. ¿Quién se atreverá a romper el tabú?