Hubo un bigote con personalidad que quería convertirse en mostacho. Ser alfombra, césped, selva. Crecer hasta ocupar la cara del sujeto que lo portaba con mínima dignidad: una
liniecilla apenas de hebritas hirsutas. Hasta que el hado cruel, bajo una nube espesa y fragante, tomó una navaja y lo dejó sin mayor aspiración.