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enero 03, 2011

Común

Seguían a un pendenciero, eso se dijo. Sus pechos rojos, pobre ilusos, están inertes ya. ¿Qué causó tal desazón? Imposible saber, ya es muy tarde. Alguien dijo que ellos siempre habían buscado nuevos rumbos, hasta que aquel vino a ofrecerles asentarse, y se dejaron, así, entregados casi amorosamente a permanecer vedados.
Por ahí comentan que la quietud se apoderó de sus alas, que nunca más quisieron volver a sus terruños, entonces todo se volvió inmemorial. Revelan que lo único que nunca olvidaron, fue hacerse escuchar. Sus voces, vivas, muy altas y en conjunto, no paraban de glosar sus infortunios. Especialmente en días de lluvia tenían la necesidad de expandir sus notas, regarlas hasta donde pudiera oírse. Alguien confiesa que nunca fueron escuchados en verdad. Algunos afirman que ellos eran ariscos, que no se ganaban la buena voluntad. Otros declaran que eran unos intrépidos y pues, el destino como una ola gigante, los alcanzó mortalmente. ¡Pobres!
Hoy, un reguero de ellos yace sin vida, no tienen voz, nadie los recuerda.
Un conjunto de mirlos muere en Arkansas para fin de año, dice la noticia.