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febrero 25, 2011

Boca y escocés

―“…¡y tú a mí me paras-bola, no joda!”, eso fue lo que dijo la mujer, desgañitada, saliendo de la puerta de vidrio. Yo me quedé de una pieza― aclaraba Daniela hablando de la escenita que había visto al entrar a la agencia del banco a mediodía.
―O sea que este asuntillo de la furia de la mujer con el celular frente a su boca, a manera de altoparlante, va a ser el chistecito de la tarde, ¿no hay novedades ricas por ahí? No sé, algo bueno para alegrarnos―interrumpía Mara, subiendo los pies al chaise longue. Se había sacado las sandalias, su piel blanquísima y sus uñas impecables a la francesa destacaban sobre el negro cuero. Del otro lado la acompañaban Laura y Chachi, la consentida golden que era parte de las hembras del lugar. Yo, que permanecía casi incrustada en el puf, relajándome después de la cola que me había tocado sufrir, le respondí que de rico estábamos como escasas: divino, pero poco, a espera de más, a tono con mi voz de picardía. Creo que ella no me escuchó bien.
―¿Y después que hizo la tipa? ¿Batuqueó el aparato contra el piso, se echó a llorar, coño qué pasó? ― preguntaba Katy, acercándose con la bandeja. Los cuatro tragos formaban un diamante con el platito de aceitunas griegas y boquerones asados coqueto en el medio. Entonces, preguntó a manera de regaño Daniela: ―¿y qué, tú no vas a beber K?―, mientras Mara tomaba dos vasos. Laura se adelantó a la respuesta y asestó un comentario que ellas no entendieron.
―La que no debe tomar es Ángela…―me miraron todas y Katy respondió con la suavidad que la caracteriza que ella sí tomaba, pero vino. Se encogió de hombros y volvió a la cocina a recoger su copa. Hubo un silencio extraño con ritmo de grillos entre mis amigas. Sobre la mesa de wenge, el pequeño jardín Zen, los dos libros de PNL y una esfera de cristal se me antojaban posibles armas para asestarle un golpe a la pesada Mara. No obstante, me incorporé suavemente y tomé mi trago. Me provocaba arrojárselo, pero yo sabía que ella todavía estaba como picada de macagua. La comprendía. La miré y sonreí con sorna. Además el resto de mis amigas no sabía. Si Laura supiera lo rico que besa Ricardo con sabor a whisky, sufriría más. ¡Ups!