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abril 01, 2012

Al árbol

Del árbol pendían camisolas. Estas parecían personas haciendo gestos al viento. Auxilio, aquí estoy, mírame, por allí, por allí.
En las ramas altas, algunas eran grises, verde oscuro, azul marino otras; mangas largas, de botones al frente, sin cuello. Colgaban desde los percheros naturales y a pesar del viento, no caían al césped.
Era frondoso ese árbol. Desde las ramas más cortas, pequeños trozos de papel con dedicatorias. Desleídas frases, marcas de labios, de alguna vez rojo intenso. Siempre te querré, adiós, no me olvides.
Desde la casa veíamos el paisaje: la montaña al fondo, protectora, las colinas sucesivas jugando al escondite en un verde inacabado que iba en degradé. El cielo con trazos naranja, amarillo, ocre; una luz tibia del sol apagándose y el árbol en el medio de esa soledad norteña como una interrupción de aquel horizonte en paz, un egoísmo a la vista. Hacía apenas dos minutos que habíamos llegado y ya nos sentíamos conectados al lugar.
¿Quién fecundó ese árbol de pensamientos y jubones? ¿Cómo sujetamos nuestras emociones en esas briznas de verano?
El árbol, nos dijeron el nombre pero lo olvidé, mantenía sus adornos atemporales. El viento se hacía más tierno haciendo dar volteretas a los papelitos que brillaban con los rayos del atardecer. Las mangas se despedían, dando las buenas noches.
Había una historia que teníamos que conocer. Mañana empezaríamos la pesquisa.