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mayo 20, 2012

Sepelio

En un espacio desde las lágrimas ella comenzó a borrar. Cada frase del pasado, cada mirada amorosa, cada recuerdo grato, tomó el borrador y empezó a deshacerlos. No fue suficiente con un par de blancas gomas, tuvo que acudir a borronas, masillas, diluyentes, incluso compactas migas de pan usó para acabar con aquellos sentires depositados en su memoria. Las caminatas en tardes de domingo, los besos en las filas para el cine; los abrazos sin razón y los gestos de cariño constantes. Algunos eran persistentes, tanto, que tuvo que usar medidas drásticas como romper, botar y hasta quemar dentro suyo todo resquicio de su amor. Ella deja de rogar; no se acerca, no pide explicaciones; no hay gritos ni insultos. Ella se clausura. No iba a despedirse. Las despedidas nunca han sido su fuerte. Ella no se despide. Ella calla. Se marcha, abandona, nunca más regresa. Camina por aceras distintas; se topa de frente pero no mira; olvida direcciones, números telefónicos, fechas de cumpleaños. Desecha regalos, rompe cartas, quema fotos; olvidar es su arma más poderosa y él pasaría a partir de ahora a estar en alguna parte, pero no dentro de aquel corazón, pues sellaría indefectiblemente el último resquicio de esperanza.