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marzo 02, 2014

"La paz te dejo, la paz te doy"

Hoy es domingo y ella va a misa. 
Rezará junto a otras abuelas, al lado de madres, esposos, familias enteras. 
La iglesia está llena. Es la primera misa del día y todas las señoras llegan con su ropa dominguera.
La homilía será para el perdón. Será la solicitud al Altísimo de paz y reconciliación; buscará inflar ánimos, elevar el espíritu. Pero muchos creyentes que escuchan solo quieren justicia, y van a la iglesia a lavar sus mentes porque la mujer de la balanza la ven empuñando un arma y acabando con los malignos. Rezan con fervor esos creyentes porque solo se imaginan a ángeles sin alas recorriendo las calles y poniendo fin a los desmanes de las hordas malvadas. Se aferran a la fe cuando en realidad, muy dentro, desean acabar en dos plop, plop con la bestialidad de los hombres malos.
Entonces vuelven al eco del templo, a la liturgia, a "darse la paz". Sacuden sus ideas, se santiguan; piden perdón a Dios que les lee la mente: "¡Que se alcen los militares! ¡Que lleguen los 'Marines'! ¡Qué los opositores saquen sus armas y acaben con esos bichos!"
Termina la misa y se despiden. Hay abrazos sentidos. Hay bendiciones lanzadas como agua bendita. Hay fuerza invisible flotando en cada cabeza.
Ella sale, se voltea, se persigna y pide, pide mucho y le ruega a la Virgen, al conjunto de todas las advocaciones nacionales, que cubra con su manto amoroso a todos. Hoy ha pedido de nuevo por los muchachos... Ojalá pudiera cubrir cada cuello, cada hombro con el amito y proteger del demonio a todos los muchachos, eso quisiera ella. Eso vuelve a pedir.