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febrero 17, 2014

Las campanas doblan a tu nombre (a propósito de Esa noche llamada muerte de José Tomás Angola H.)

Cuando John Donne en Londres reflexionaba sobre el patrón universal de la ruina humana a través de su Meditación XVII (1624), la muerte ya se había amortajado entre su pasión viril y el fervor religioso llevándose a varios de sus afectos: “la muerte de cada hombre me disminuye/ porque soy parte de la humanidad...”. Es allí donde el encuentro con el dolor empezó a universalizar al poeta. Más allá de la lírica o la prosa embellecida, todos tenemos a la muerte como compañera de viaje, una estampa que invisible camina a nuestro ritmo esperando su turno de empezar otra ruta. Así pues, escribir sobre el final de una vida y la desolación que esta deja ha teñido múltiples lienzos, ha entonado réquiems, odas y glosas, ha perturbado a eruditos e iletrados.
José Tomás Angola Heredia (1967), dramaturgo, poeta y escritor caraqueño, no pretende escapar de este influjo, recrea la muerte en su última producción –valdría decir la reciente, para no invocarla de cierto– titulada Esa noche llamada muerte (Libros de El Nacional, 2013) en la que reúne cuarenta cuentos. Allí, la visión que sobre la muerte ofrece el autor se inicia con “Necrologías mínimas”, compuesta por veintitrés relatos que narran la hora final de personajes históricos diversos: políticos, escritores, artistas, incluso protagonistas literarios son mostrados desde una perspectiva narrativa, a manera de testigo, de cómo pudo haber sido ese instante último de hombres y mujeres que modificaron el mundo. Mahatma Gandhi, Juana de Arco o García Lorca son revelados desde esa atmósfera triste de su respiro decisivo. En cambio, Manuel Piar y Benito Mussolini, por ejemplo, son desnudados desde sus miedos y su arrogancia. Cada cuento está estructurado cuidando los detalles de lo que históricamente sabemos sobre las situaciones de muerte vividas por estos famosos personajes, pero enmarcados en la ficción de los sentimientos, pensamientos y acciones que, tal vez, ocuparon aquellas mentes en los segundos fatales.
“Necrologías mínimas”, cuyo subtítulo dice: “Cuentos para dormir niños”, ondea como una bandera a la ironía, un juego con la situación más grave de la vida. Esta parte comienza con un relato sobre la muerte de Dios y luego van apareciendo esos que fueron, en muchos casos, dioses individuales entre la desvalorización humana: militares, músicos, mujeres célebres como Cleopatra, todos están allí para dar cuenta de la finitud de ambiciones y sueños. Esta sección termina con un microrrelato: INRI, el final del hijo de Dios. Un círculo trazado con precisión de compás.
La segunda parte, bajo el título de “Exequias de vecinos”, está integrada por diecisiete cuentos que relatan historias de finales ordinarios, muertes anónimas que alcanzan calidad literaria y son pintadas con sensibilidad. Allí, desde la despedida de un chofer de autobús, el encuentro con un aparecido en una esquina caraqueña o el instante último de una cucaracha son narrados en muchas ocasiones desde la ternura, la sorna, la sorpresa e, incluso, desde el humor, negro. Pero también hay relatos que hablan desde el encogimiento de hombros, del desasosiego de un niño sin esperanza, del asesinato de un actor ahora olvidado, de la prostitución y del hambre.
Son relatos que elevan el óbito de seres humanos transparentes que habitan en nuestro alrededor, esos “poco importantes”, desapercibidos en nuestras bien ocupadas vidas, esos “hijos de vecino” que también mueren en las novelas, en el desamor, en la taciturnidad de nuestras calles, que acaban en la demencia y filosofan sobre su propia existencia (y ruina) ramplona. Como un resoplido de animal abandonado, como una expiración de ya no más, caso de “El viaje de Matías”, relato que da inicio a la segunda parte y que cuenta un viaje final, una despedida de oficio. Mención aparte merece “Buscar”, un cuento que trabaja la metáfora de la muerte creativa, enfrentando a un escritor con el final de la fe en poder producir algo digno... “Exequias de vecinos” honra esas pequeñas y cotidianas muertes que sabemos existen y nos muestra asimismo aquellas que nos agobian y, quizá, nos lleva a pensar en nuestra propia –ilusoria– manera de morir, en un acto similar al ejercicio narrativo de la propia muerte del autor en el último relato.
Angola logra detenernos en ese instante que no deseamos ver, en ese espacio de incertidumbre que no queremos enfrentar. En Esa noche llamada muerte nos muestra, a través de narraciones cargadas de lirismo, a la parca, a la sin rostro, a la de guadaña corroída y nos recuerda de nuevo a Donne en sus meditados versos finales: “Así pues, no preguntes / por quién doblan las campanas, / ellas doblan por ti”.

Reseña aparecida en http://www.el-nacional.com/papel_literario/campanas-doblan-nombre_0_356364404.html