La historia de J podría estar en Netflix, ser una película de suspenso o un documental aleccionador.
La violencia tiene esa particularidad, atrae masas.
Yo, la verdad, creo que es un caso para estudiarlo desde estas pseudociencias actuales: ella pertenece a una familia donde la violencia de los hombres y la sumisión de las mujeres es un ciclo doloroso.
La madre de J no la quiso. No había una razón aparente. J nunca se lo reprendió, de hecho se comportó como una hija digna y la atendió hasta su muerte. Pienso que J cree que su madre la quería a su modo. Esa justificación torpe para aquellos que le huyen a la verdad que los abofetea.
J fue la menor de dos hermanas, la consentida de la abuela, la protegida de la tía, la débil, el patito feo. Su padre, un alcohólico, se había separado de la madre, lo que significaba que de las hijas también. Ya sabes, esos hombres que engendran hijos pero desconocen de responsabilidad parental. J vivía en su universo femenino con poco, incluyendo los sueños. Su madre pronto se buscó otro hombre, dijo que se enamoró. Tú sabes, esas pobres de espíritu que confunden hambre y necesidad con retribución sexual y sobras de cariño. El caso es que dejó a las hijas a cargo de la tía y de la abuela. Hubo menos hambre, por fortuna, la tía trabajaba en una fábrica y la abuela cosía y se ingeniaba en la cocina para tener siempre algo caliente para las niñas. Sí, J y su hermana fueron niñas abandonadas por la madre.
La madre se unió a otro alcohólico. Era de esperarse. Le parió seis hijos. La abundancia solo estaba sobre la cama. A la muerte de la abuela, J y su hermana quisieron vivir con su mamá. Estaban más crecidas, ya la adolescencia les hablaba de cambios. Su madre decidió por el marido. No, no podían vivir con ella, no podían ser parte de esa familia.
La nueva familia de la madre de J estaba conformada por cuatro hijas y dos varones. El marido era intermitente. Solo pasaba temporadas en la casa, entre las borracheras y los trabajos a destajo llegaba al hogar en ocasiones. Oportunidades nefastas donde violó a cada una de sus hijas. Pero esa es otra historia.
J creció entre ese desamor. Se hizo mujer deambulando de una casa a otra. Nunca se sintió que pertenecía a algún lugar. Desconocía el significado de la palabra hogar. Por supuesto la vida siguió y J se enamoró, salió embarazada y se casó con un hombre que nunca la quiso. Siguió con hambre, siguió con sueños truncados, con la novedad de los golpes del marido y una familia creciendo. Los infortunios crecen, como la mala hierba. Tres hijos creados entre esa duda de no saber qué es el amor y cómo se construye. Habrás de suponer... Sí, tres hijos con problemas para dar y recibir amor.
Si conocieras a J nunca te imaginarías por todo lo que ha pasado. Es de esas mujeres que andan con la tristeza a cuestas pero trajeada de falsa felicidad. No le gusta escarbar en su pasado, no mira de frente el dolor, pero se interesa en la vida ajena y solo habla de los demás. No enfrentar la propia vida incluso resulta un problema.
Esta historia será una novela. Tal vez deje reposar todos los cuentos que sé y pueda construir un libro de ficción que traduzca la realidad de esa mujer que ha entendido el amor a sorbos chiquitos, con puños, cachetones y muchas lágrimas.
La verdad no sé si como narrador pueda mantenerme ecuánime. Sin embargo creo que hay una historia de violencia hacia la mujer, de desamor, de terribles circunstancias familiares digna de ser contada.
Ya veré.