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abril 18, 2010

El país

Mi país se retrata en blanco y negro.
Un diario allende los mares me muestra una verdad que rehúyo. Tomo la acera de la comodidad de “pobre gente; gracias mi Dios por mi bienestar”, y sigo en mi ruta de “a cada quien lo que le toque vivir”. Pero las imágenes descoloridas asaltan el iris, no puede haber luz donde las víctimas tapizan las barriadas. ¡Un farol apenas, un bombillo al menos, un resquicio de esperanza Señor ante tanto desamparo! Todavía no es posible. Así llega la noche y son almas en pena, deambulando hambrientas de venganza o corriendo despavoridas ante la violencia que no cesa, refugiados en su miedo, búnkeres de latón y madera. Son miles de sábanas que abandonan cuartuchos y escaparates para ocultar lo que está a la vista de todos: una ciudad de ánimas. El hijo de la vecina, el sobrino del mecánico, el marido plomero, cualquiera es tomado por la seducida Átropos y sus cuchillas nefastas deshebrando las cuentas de una vida.
Niños que miran los cuerpos rígidos bajo un círculo espeso de alguien que tenía sueños. La furgoneta llega sin bocinazos pero con aviso. Se dispensa la máquina de hacer muertos: introduzca un disco acuñado con las palabras droga, intolerancia, hambre, resentimiento y bajará al averno otro hijo más de Dios. Mientras en la tierra húmeda los anélidos esperarán su festín de huesos y carne putrefacta.
123 homicidios por 100 mil habitantes: -Madre: ¿tenemos los días contados?