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abril 25, 2010

JEP

-Lo que preguntan los niños. Lo que revelan los diarios. Lo que sollozan las calles. Ingenuidad. Miedo. Dolor. Toda mentira, toda verdad. Eso es hijo mío vivir hoy, asestó en un tono grave sentado en la esquina del pequeño café. La taza estaba a medio beber. El bullicio se apartaba como en un efecto de cámara de cine. Yo le escuchaba como si nadie hubiera alrededor. Y eran trajes, tacones, fragancias, pestilencias humanas que me hacían desear correr hasta algún prado de poesía bucólica. Pero escapar no era la ruta. Afrontar lo que significa escuchar a tu padre camino a la muerte es muy duro mientras otros ríen desvergonzados ¿felices acaso?
-Yo derrumbaré algunos muros, dijo muy quedo como si estuviera conspirando. De pronto vino a mi memoria escapista la canción de Silvio Rodríguez... “me detendré a llorar por los ausentes”. -Aunque algunos ni siquiera entiendan, continuó, en tanto yo pretendía descifrar quién habría sido mi padre hace 40 años atrás.
-Hijo, una cita con la muerte o con la amante puede significar exactamente lo mismo: el tiempo jugando en contra. Pero lo importante es estar allí para morirse de muerte o morirse de amor. Da lo mismo.
Ese cinismo me parecía ofensivo. Pero eran 78 años y supongo que no debía estar como para cuestionamientos el viejo. Alzó la taza, saboreó esa tintura amarga, intensa, helada ya. Veía sus dedos de lúnulas marcadas, rosáceas sobre larguiruchas falanges que me tomaron en brazos, acariciaron hembras y mataron gendarmes.
-Yo como aquel Aureliano esperaré el pelotón… pero sentado, con mis brazos juntos en el espaldar de una silla cualquiera, con la cabeza oculta del pudor de mis asesinos, adornado con la vigesimoséptima en el pecho, diana de mis pecados.
¡Pummmmm!