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abril 05, 2010

Siete años

El cuarto era pequeño. Al lado de la cama estaba una mesita donde vivía su infancia. Eran cuatro sus muñecas. Cada una bautizada con los más sonoros nombres. ¡Qué curioso, no los recuerda! Ellas eran hermanas. Una extraña parentela de cabellos de mentira y sonrisas sin acabar.
Esa noche antes de dormir, a cada una despidió de beso y caricia. Sus ojos nunca se cerraban porque le cuidaban sus sueños con los angelitos. Tendría seis años. Tal vez siete. La vida en esa época pasaba como de puntillas. Hoy la ve irrumpiendo salvaje cada instante. Los recuerdos parecen asaltarla en ocasiones, en otras una nube de olvido lo cubre todo.
Oscura y tibia pasaba aquella noche. Todo en silencio. Se encontraba con sus sueños cuando un deseo de despertar se apoderó de ella. Sin saberlo estaba allí. Abrió los ojos y otro par de pupilas la veía muy fijo. Ojos muy grandes. Muy seria la faz. Era un pequeño hombre que parecía estar de rodillas. Vestido de blanco con corbata negra. Solamente lo veía de medio cuerpo. No sabía si tendría pies. Tenía el cabello corto, muy negro, pegado al cráneo casi. No recuerda su nariz ni su boca.
A la altura de su cama, la atmósfera de miedo se iba agigantando. Su mirada la hipnotizaba. No parpadeaba, mientras ella quería gritar y su voz atrapada no quería huir, salir acaso a buscar ayuda. Ese tiempo de terror y pupilas fue brevemente eterno.
Su madre llegó al cuarto y el hechizo se desvaneció. Había estado bajo un poder magnífico.