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mayo 23, 2010

III Encuentro

Ella asiste a la cita puntual. Ya conoce el edificio. Llega al piso designado, saluda cortésmente. Le dan instrucciones y toma asiento en un pequeño sillón amarillo. Comienza el desfile variopinto. Ella disfruta observando tamaños, colores, actitudes. Siempre le ha gustado mirar a la gente, dice que saborea tanto las gestualidades como las palabras dichas. Ojea el hall de entrada y se da cuenta que las mujeres superan en un 95% a los hombres. Piensa: ¡claro siempre son más las maestras que los maestros! Profesión sexista, quizás. Avanzan los minutos. Una robusta mujer avisa el inicio del registro. Rápidamente se forma una larga fila desde la entrada hasta unas escaleras de acceso a la terraza en un piso superior interno. Allí: Saludo. Cédula. Nombre del colegio. Bienvenida. Entrega del bolsito verde. Traslado a la sección de cafecito y juguito. Pase adelante.
El gran salón está habilitado para la conferencia estelar del escritor sureño. Ella se acerca a la hilera de sillas vestidas inmediata al estrado. El escritor le sonríe junto a un hola con acento a copihue. Ella abre el bolso, observa el contenido y se detiene en uno de los dos aspectos que harán grata su estancia en el evento: un buen libro. La sala empieza a llenarse de voces, risas y ven siéntate aquí, te guardé puesto de las maestras en grupitos. Tras la apertura de un agradable hombre de ceremonias, comienza el escritor su charla: sudorosa, con muchas sonrisas y excesiva dispersión. ¡Por su show: 2 pesos!, sentencia ella para sus adentros. Anuncian receso. Tiempo del coffee-break. Otra vez una larga fila, breves minutos para ingerir algo que ella no puede comer ni tomar porque debe entrar a su primer taller. Otros se deciden por lo importante: comer.
Busca el salón donde se va a realizar. Pendón con título interesante. Famoso escritor del patio. Hola ¿cómo están?, saluda él. Inicia la exposición pautada para hora y media. Piensa ella: simpático, algo irónico; bonito anillo en el pulgar; me cae bien, así hasta que sucede lo impensable… bueno, al menos ella no se lo esperaba. En la diapositiva del “muy vendido” un error ortográfico: verbo hervir conjugado 3ª persona del subjuntivo =hierba. ¡Qué bestia!, piensa, crítica deleznable, ¡no pudo releerse! Se le acaban las sonrisas aprobadoras para el fulano (antes escritor famoso). Termina con el sabor de los agrios “pelones” y comienza a estructurar una crónica del evento, a propósito del ejercicio de escribir. Aviso de refrigerio (again). Tiempo del segundo taller.
Entra al salón vacío y piensa irónica: Diosito creativo, que no vaya a perder el tiempo, por fa’-please. Llegan algunas caras conocidas desde la mañana. Sonrisitas corteses, arrimaditas comprensivas. En el umbral se asoma la señora que dictará el taller y se excusa que debe ir al baño primero. ¡Sí claro, no hay problema!, respondemos los participantes casi al unísono. Regresa. Tras sesenta minutos de palabra sentida, de ejemplos precisos, de charla estructurada, de simpatía honesta y de diapositivas correctas, ella piensa he aquí la segunda razón de que valió la pena estar en este encuentro: escribe el que tiene algo que decir y lee aquel que necesita que le digan algo.