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mayo 25, 2010

A propósito de ayer (inicio de un cuento)

Nada de traumas, nada de vejaciones. Se pasó la toallita sumergida en agua de romero hervido, se puso los calzones y se vistió completa. Salió a la habitación donde el escritor cumplidamente pagó billete sobre billete. Fin de la historia. Punto. (Pero no la vas a dejar así… debes echarnos el cuento completo, desde el inicio, ¿no lo crees?)
Pilar tenía diecisiete años y había decidido alcanzar su mayoría de edad con 3 mil quinientos bolívares fortalecidos en el goce. Ella, de buenas carnes, tenía todos los atributos de una beldad tropical: cabello naturalmente claro, largo; ojos color caramelo, una boca como inyectada de sustancia animal (verdad… es que ya no se reconocen las originales de Dios creador), un par de piernas de portada, y simplemente, con esas simplezas de la gente ignorante, iba a ser una meretriz. ¿Sí, algún problema…? Meretriz de merecer, suena más bonito, ¿no es así? ¿Y quién eres tú para venir a ponerme adjetivos de ignorante? ¡Pues no, esta niña, estoy clarita de lo que quiero ser en la vida: una puta pues!
Ella tomaba sus palabras con furia en ese verbo ácido que había desarrollado. Su decisión no fue consultada: no hubo almohada, ni amiga ni confidente. Ella había terminado su bachillerato a trompicones, no le gustaba estudiar ni la o por lo redondo, así que buscarse un trabajo era el paso siguiente. No puede decirse que no buscó. Alguna vez leyó el diario de anuncios y solo se detuvo a reírse con los títulos de placeres vendidos. Entonces una mañana mientras tendía su cama, sintió como un presagio, una fuerza irreducible y dijo: “¡ay lo que soy yo no voy a estar trabajando para comer, yo gozaré para comer y muy bien!” ¡No lo dije así… no sabes nada! Me sonaron las tripas de hambre y dije comeré sin mucho esfuerzo.
Esa misma mañana, se presentaría a su vida el vaticinio de su currículum vitae. Yendo a la panadería de la esquina de su casa, estaba en una de las mesitas un hombre: alrededor de 45 años, muy guapo, con aspecto “interesante” (me lo imagino como actor de Hollywood, ¿dime más o menos como quién?). Él estaba casi sumergido buscando en un bolso colocado en la silla contigua. Pilar entró, compró un envase de chicha y sin mayores complicaciones se dejó llevar por el hado que ya había volteado los naipes. Se acercó, arrimó la tercera silla y se sentó diciendo al instante: “Te veo como complicado” viendo el bonito perfil del hombre, que sorprendido se alzó de golpe. “¿Disculpa?”, dijo en un tono molesto ante la abrupta manera de la chica. “Hola me llamo Pilar Contreras” sonando como metralleta coqueta. “¿Ah y..?” masculló mirándola directo a los ojos incorporándose muy recto. Ella le devolvió el encuentro de pupilas intenso con una frase ad hoc: “¿eres como antipático no?” Él se recostó de la silla. La miró detalladamente echando su cuerpo un poco hacia la derecha para poder verla desde los pies. Y dijo con sorna, pausadamente: “no se percibe indigente: sandalias de buena calidad, pedicure bien hecha, bonito color de uñas, graciosa cadenita en el tobillo izquierdo, pantalón en apariencia limpio; buen cuerpo se vislumbra, buenas lolas bajo esa franela de color tierno; bonito cuello; estupenda boca hasta que la abre –supongo”, asestó con la ironía que le hacía gracia a Pilar, que escuchaba como este hombre la describía burlonamente. Interrumpiéndolo le dijo: “¿cómo te llamas: descriptor?” ¿Sabes? me gustó desde que lo vi de lejos… él sonaba como necio, pero estaba tan bueno…
“No, aunque describir es una de las cosas que mejor sé hacer. Mi nombre es Luis Ignacio De Jesús y soy escritor” Las horas tomaron asiento en ese espacio de la panadería por algo más de 120 minutos. Las sonrisas empezaron a aparecer del lado escribiente, ya hacía rato estaban jugando del lado hablante. Fluyó una conversación, a ratos monólogo, que él aprovechó para hacer sus notas imprevistas como acostumbraba llamarlas. En su cuadernillo anotaría la fecha, la hora y el teléfono de Pilar.