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mayo 04, 2010

2B or not 2B

En la estación, dos veces a la derecha en las escaleras fijas y luego esperar el vagón del lado izquierdo. En la pared un aviso decía Level 2B. Allí estaba una mujer de ojos celestes con rasgos de los europeos del norte, en obvios superlativos: blanquísima, rubísima, delgadísima. Estaba parada junto a un viandante que esperaba, era de suponer como todos, el arribo del tren de las 15:30.

Se sentía un sopor propio de los ductos añejos que ya están más como decoración del techo que para conducir algo de aire acondicionado. A aquella mujer unas gotas robustas le bajaban por sus sienes huesudas. Sus orejas mantenían sostenido un cabello casi albo, en recto corte y hasta los hombros. En su lado derecho del cuello podía verse un pequeño tatuaje de mariposa -Plebicula dorylas- cuyos bordes magníficos estaban remarcados en un tono plateado intenso. Un blusón lila con bacterias azulinas y grises le caía como cortinaje entre sus piernas-estacas cubiertas por un leotardo verde finalizadas en dos zapatillas de ballet rosadas.

De repente el hombre a su lado estornudó de manera sonora, la mujer se movió como si el estampido del ruido le hubiera golpeado su frágil torso. Las partículas del virus se esparcieron por el aire enrarecido. Tres mil gotitas de tres micrones de diámetro pasarían a inundar las vías respiratorias de aquella mujer. Solo era cuestión de tiempo: Pleuritis gangrenosa. Nadie podía sospecharlo siquiera. Ella alcanzó a sacar un pañuelito rosado bordado con las iniciales E.W.G. que llevaba en su minúscula cartera bajo la axila derecha, justo antes de desplomarse y al instante de arribar el tren rumbo a Manhattan. 

La sorpresa de los pasajeros que llegaban, las acciones rápidas del personal de la estación, el tren abriendo sus puertas y el caos momentáneo surgiendo alrededor. Los cómo y los porqués dando tumbos entre desconocidos. Salieron y entraron del tren muchas personas. Los comentarios pasaron y el tren siguió su rumbo. Adentro, el hombre volvió a estornudar, una y otra y otra vez a lo largo de las cuatro estaciones que lo trasladarían a su destino. Por el aire comenzaría su danza mortal aquel virus aniquilador. 

La ventana reflejaba el sol de la tarde neoyorquina. Algunos pasajeros restregaban sus narices incómodas. Otros seguían imbuidos en sus lecturas, entre sus pensamientos diversos, todos actuando  mecánicamente como ciudadanos de grandes metrópolis. La mujer desplomada sería la primera en esa ciudad de almas penitentes.

Level 2B… or not 2B, that’s the question…