-

-

mayo 02, 2010

A sus 45

-…Pero mamita, no se afane, fresca, manténgase así, con la frente en alto aunque tenga el culo ardiendo… La caleña Astrid Helena, con H -como le gustaba presentarse, aconsejaba con su notable pericia de sabia doctora corazón. Claro que a mis oídos, la ordinariez tenía nombre rimbombante y era con h de hosca. Bótox en frente, colágeno en labios, al menos 650 c.c. de busto renovado, rubia teñida y de estrafalario vestir, esta hija dilecta de Cali le tomaba el cabello ágilmente entre el grueso cepillo con la mano derecha mientras con su izquierda posaba inclemente el secador. La clienta se mantenía silente, intentando no propiciar algo que le permitiera a la estilista entablar una conversación. Ni siquiera subía la mirada, mantenía la cabeza baja, no sé si por el efecto del proceso de estirado de sus castañas hebras o porque abstraerse le venía muy bien en el momento.
Pero Astrid, temeraria, seguía con su perorata asesora: que si los hombres no sirven para nada, que son unos farsantes y una sarta de apelativos subidos de tono, propios de esa jerga impertinente que la caracterizaba.
-Es que yo le digo… no sufra madre, búsquese otro amor, usted sabe: un clavo saca otro clavo. Tome otro men, agarre que usted tiene una lista de varones dispuestos y quítese ese guayabo, mamita. No le pesen sus 45. Vaya y divórciese.
-Sube la cabeza mami, dijo en otro tono, como si fuera otra, reposada, quietica. La cliente me miró por el reflejo del espejo y le sonreí cómplice de ese instante… ¡Qué curioso! ¡Cuánto Caribe gozoso: Una simple peluquera aconsejando a viva voz, a miles de millas náuticas de distancia a Sandra Bullock!