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mayo 19, 2010

Prima B.

Mozart. Fantasía en D menor.
La miro. Le observo sus manos largas, largos sus dedos; miembros, torso, todo en ella me parece dúctil. Se me semeja una hebra, un hilo de músculos y fibras que se amoldan rítmicamente. Piel en contorsión. Ovillo de carne. Me detengo en sus huesudos pies: 26 huesos, 32 articulaciones, 19 músculos y más de cien ligamentos. Su entrenamiento doloroso ha rendido frutos: callos, marcas, deformaciones.
Ella está abandonada a las miradas. Dentro de sí solamente es ritmo, acordes, piruetas. Un trabajo corpóreo intenso. Sobre el escenario se acuesta, se recoge, se elonga, flecta sus muslos gravitando sobre el tablado. Espalda curvada, piernas extendidas, pies en punta, brazos gráciles. De repente se detiene, aturdida por sus errores y se golpea la cabeza con sus huesudas manos, una vez más allí compitiendo con sus otros ágiles extremos.
Su ira parece consumirla y resopla como yegua cansada. Se alza, sus pies en segunda posición. Suelta su cabello de carbón, lo sacude con fuerza hacia adelante. Se para de punta y farfulla ya está, mientras camina pesadamente hacia bastidores.
¡Fin Performance 2! grita Boris. Receso obligado, pienso yo.