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junio 16, 2010

1.200 m.s.n.m.

1.200 metros sobre el nivel del mar. El camino zigzaguea bajo los zapatos de Marisol acompañando al sol que en descenso estira sus rayos con firmeza. Ha desandado esta subida un centenar de veces y siempre le parece poco lo que puede disfrutar de este verde sobre tierra sobre verde. Gamelote, micay, toporón le silban al pasar, por eso no le gusta subir con audífonos, dice que prefiere escuchar lo que le dice su cerro. Y él siempre le ha hablado, pero ella no entiende sus susurros. Sobre el descanso árido de esa sección se percibe todavía el ruido de la ciudad agobiante, purgatorio de algo más de tres millones de almas. Pero arriba, después del puesto de guardaparques está la morada de los dioses sin nombre. Allí se distiende: olvida agenda, grabaciones, compromisos. Su cabello en una cola, una franelita azul, la licra negra y un par de Adidas número 39 son lo único que necesita. La mar hecha tierra es su objetivo cada tarde. Ve los edificios enmarañados en una planificación nunca hecha. Toma respiro y siente una brisa tibia. Su flequillo se mueve rozándole sus pestañas desmaquilladas. Se quita el cabello de los ojos y eleva el mentón para dejarse llevar por esa caricia de Eolo. Escucha la conversación de los capín melao. Se voltea y los mira a lo lejos como si le hicieran señas. El aire los hace danzar bellamente dice ella. Se encamina hacia la subida. El sudor ha empezado a manar fragante. Me gusta oler bien, dice coqueta, fíjate que voy subiendo y si te acercaras olerías la fragancia de esta mañana. ¡Imagínate lo bueno que es ese perfume! comenta divertida. De repente un tordito negro pasa con su chuí-hui-hui muy cerca. Este anda más apurado...sonríe con esa alegría de quien disfruta la vida natural. Soy una eco-empática, sabes.... Casi no termina la frase cuando vuelve otra vez el pequeño ahora en duo, revoloteando cerca de Marisol que se ha detenido para observar a las aves. Por lo visto llegaré arriba mañana con tantos distrayéndome...