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junio 02, 2010

Depresión cursilada

¡Pero si me acabo de hacer las uñas!, gritó fuertemente Adriana, al mirar el trocito de cuadrado acrílico sobre su falda de cuero. Un ¡ahhhh!, a viva voz, con cuello tenso, venas brotadas y sendas lágrimas se ahogó casi dentro de sí mismo, chocando con el interior del parabrisas como un pequeño insecto. ¿El causante de este arrebato de ira? Un motorizado que serpenteante se le cruzó al carro de Adrianita, esta frenó de golpe, deslizándosele su mano derecha entre el aro del volante. La bella-divina hacía quince minutos se había despedido de ¡besito-Yuli-quedaron-bellísimas-toma-tu-propi-gracias-chauuuuu!, en el salón de Iván, nombre fabuloso de la peluquería del centro comercial. Habían sido dos horas y media entre esperar ser atendida, el cafecito de rigor, la acomodada de uñas y el arte final. Y todo para que terminara así, con un garfio menos. Pobre.