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junio 30, 2010

Hacer, deshacer y hacer de nuevo

—¿Y por qué no has comentado alguna cosa?, interrumpe Olga al momento de poner su copa de vino en la mesita auxiliar, cruzando luego sus piernas como jefa india en la inmensidad del puf gris ubicado frente al equipo de sonido. Adriana que ha estado hablando desde hace un rato, se queda pensando en una respuesta. Se recuesta en su chaise longue a un extremo de la sala y responde tímida:
—Lo que sucede es que ya he pecado antes de imprudente… y bueno, tú sabes, a estas alturas de mi vida, pecar con un hombre, pero no con unas gratas compañeras de tertulias.
—No lo creo… podrías señalar algo importante, algo que tú sabes. ¡Coño tú sabes a qué me refiero!, expresó la rubia amiga de lentes como Nana Mouskouri golpeándose suave su muslo. Adriana solamente la miraba y hacía la mueca típica en ella: mover la boca como haciendo puchero. Era una chama por dentro todavía. Su edad cronológica reñía a veces con su espíritu adolescente. Pero era cierto, comentar sobre ese ejercicio metódico, constante y plagado de trabajo duro del escribir con mayúsculas podría ser una imprudencia.
—Además Olguita, ya Barthes, Foucault y demás “deidades de la crítica literaria” han dicho todo sobre el oficio de escribir… Yo, nada… pienso que para escribir hay que leer primero –diría- a los que saben hacerlo.
—¡A los clásicos, ob-vio!, expresó Olga levantando el tono como en arenga pública mientras hacía un ademán con su muñeca en círculos. Adriana sonreída, se incorporó recta en el respaldar, sus manos entrelazadas sobre su regazo, sus piernas estiradas a lo largo del sillón hablaban de una modorra que no pretendía alterar conversando con su amiga del arte de escribir literatura. Tan solo atinó a decirle:
—Para mí… Uno. Querer decir algo: una idea al menos. Dos. Poder decir algo: dominar el proceso de expresión, redacción pues… Tres. Escribir algo: atreverse a expresar esa idea pensada en palabra escrita y… Cuatro. Leer ese algo: ¿qué dije, cómo lo dije, lo dije acaso?