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julio 10, 2010

3:57 am

Me despierto por un ronroneo humano, específicamente femenino. Me alzo sobre mi hombro izquierdo para ver la hora en la mesita de noche del lado de Miguel: 3:57. Pienso “ella está gozando”. Me pongo cual momia: boca arriba con las piernas estiraditas, manos cruzadas sobre mi pecho a escuchar los quejidos gozosos de una vecina. Me sonrío para mis adentros. Un ¡aaayyy! o ¡asííí! -no sé- se alarga en mitad de la madrugada. Pienso cuántos estarán como yo escuchando los placeres del sexo; quieticos, entrépitos. Migue, que dormía boca abajo, se coloca de lado y como el periódico aquel sentencia claro y raspao: están tirando. Le hago la señal universal de “chito” y somos ahora dos cómplices escuchas de susurros imprecisos y jadeos continuos. Miguel me pregunta curioso: ¿quién es?, respondo: ¡qué sé yo! ¡shuuuu!
Parece la voz de María, me dice bajito mientras imita mi posición dado que tenía una oreja pegada a la almohada. El problema es que en el edificio hay tres Marías…
No sé, no capto bien la voz, respondo bajito también. Claro, un timbre de voz a la entrada del ascensor o despidiéndose en el estacionamiento no es lo mismo que “esto”.
No se escucha a Domingo… bueno o Sergio o Guillermo dice aguantando la risa Miguel.
–¡Shuuuuuu!, expreso yo riéndome contenida ahora.
Él no se queja, digo yo y Migue riposta: –“él” hace el trabajo. Aguantamos traviesos la risa. Ambos, como muchachos, tenemos esa mezcla de vergüenza y curiosidad.
Ante unas afirmaciones repetidas, rapiditas y sucesivas, Miguel dice: –¡Ajá se está poniendo buena la cosa! tapándose la boca para contener la risa. Yo intento no reírme entre esas expresiones que suben el volumen cada vez. De repente…¡Sííí Virginia, sííí!, como en estéreo, cuadrafónico, a voz en cuello pues, inunda la noche. “Pelo” los ojos, trago grueso ¡gulp! y una risotada sonora, indescriptible de Miguel se extiende por los ocho pisos testigos anunciando el cotilleo durante el desayuno sabatino.