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agosto 29, 2010

Lee las instrucciones primero

Es el dolor. Simplemente eso, dolor. Se toman las manos y los ojos comienzan su viacrucis. La ruta de la despedida es tortuosa. Miles de espinas sobre las mejillas enrojecidas y el pecho, hecho un estropicio. Entonces cada palabra suena más tonta que otra: me abandono, te dejo, no te olvido, cuídate, te amo siempre. La lingüística no sirve en estos casos, eh.
La partida, el desamor, la angustia tienen la misma faz. Se ríen de tu pesar y esa cruz que empezaste a cargar, se hace insostenible ahora. Aunque tal vez no es así, lo que ves es una mueca. Recuerda, cuando se llora, los ojos se achinan como cuando se sonríe, por lo tanto, todo es congoja, todo se confabula para que se sufra más. Es el regodeo de la depresión, a veces tan cursi vista desde la acera de enfrente, pero tan real aquí, o acá en el corazón, que la flagelación podría funcionar en casos desesperados.
Mejor es que oigas algo de jazz para que tu nariz se despeje por completo, sueltes toda la tristeza que espesa ha taponado tu, alguna vez, buen ánimo. Puedes oír la canción o la melodía compartida; podrías tomar aquella pañoleta, franela o adminículo fragante de su cuerpo y arrastrarte -más allá de la literalidad- ante la ausencia. Hay tantas herramientas útiles para sentirse peor que cualquier recomendación, siempre es poca.
Suprema sugerencia: escribe, escríbele con todas las categorías gramaticales que le hablen de tu pena, que todo tu discurso escrito sobrepase el golpe que sentiste cuando te abriste al luto.
Insisto, son dos acepciones completísimas, es simple dolor. Sencillamente habría que leer primero las instrucciones antes de enamorarse…