-

-

septiembre 02, 2010

Suicidio del alacrán

Geraldine está sentada en el balcón mirando el cielo. Han pasado 21 horas de un día más. Un lucero muy brillante destella en lo alto, es Marte. Recuerda que Daniel nació bajo ese influjo. Hoy leyó el horóscopo para Aries: “siga adelante y deje el pasado atrás, otro amor pronto aparecerá”. Su signo decía: “como el alacrán, tienes resistencia, pero también una ponzoña. Cuídate”.
Lo extraña. Suspira y se dice bajito: ¡qué estúpida soy! Sobre la mesita de mimbre, la taza de té se enfrió hace horas ya. Cuatro pastillas reposan en el platillo. No hay luna, solamente una cortina azabache extendida sobre una ciudad hermosa. Total, no importa, no es su ciudad, a él no le gustaba Lyon.
Lo recuerda vívidamente: su aliento huele a clavo de olor. Su cuello a esa fragancia potente a madera y canela. Su axila, limón mentolado; su cabello, flores silvestres. De su sexo, los olores se multiplican en su memoria sensorial. Pero los recuerdos viajan por caminos insospechados, y de la cama, al tren, de allí al último café. Las evocaciones rebobinadas siempre anclan en la pelea final, en los últimos gritos y reclamos. Por eso, esta noche se siente una tonta pensando en lo que no debió decir, en lo que tuvo que escuchar. No hay vuelta atrás. Hoy es el futuro que alguna pretérita ocasión las cartas auguraron.
Mira hacia dentro de la habitación. La luz tenue de la lámpara es amarillenta. Ve las pastillas. Se levanta, casi con solemnidad se sube a la silla. Toma impulso de la baranda y se lanza al vacío, 15 pisos hacia su libertad.