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septiembre 11, 2010

3:00 am, hora de malos presagios

Se incorporó repentinamente, casi de golpe. Su respiración estaba entrecortada, su corazón latía con desesperación, su garganta le dolía; su frente y su cuello estaban llenos de sudor. Pasó sus manos bajo su nuca, para apartarse su cabello humedecido. Esperanza había despertado huyendo de una pesadilla. Su cuarto estaba a oscuras, solamente el despertador en la mesa de noche era el único resquicio de luz. La hora titilaba en las 2:56. Las cortinas del cuarto inamovibles, el calor pegajoso. Se sentó en la cama. Se desarropó primero, luego se quitó el camisón lila que le había regalado su mamá. Quedó sentada con las plantas de los pies tocándose. Había sido un sueño con imágenes terribles.
Una tibia corriente de aire llegó a la habitación, pero ella seguía sintiendo mucho calor. En sus pies, sus piernas brillantes; en su ropa interior adherida a su vientre, sujetada a sus nalgas; en los delgados pliegues de su abdomen con pequeños hilos salados escurriendo de arriba abajo, el sofoco de ese ensueño angustioso la inundaba de forma desagradable. Hebras de su pelo sometidas tras las orejas, le incomodaban, las apartó en esa conciencia de lo que estaba sintiendo. Con sus manos se elevó su cabellera. Sintió un alivio en su nuca, el aire tocaba el nacimiento de sus negras tramas. Movió el cuello de un lado a otro como tratando de permitirle a la brisa desplazarse cómoda. Con ambas manos batió el largo de su pelo hasta quedar las puntas cubriendo sus hombros, también sudorosos. Recorrió su costado, sentía que su espalda destilaba como alambique. Posó sus manos a cada lado de su cintura, las movió hasta que sus dedos anulares se toparon, allí se irguió estirando sus hombros hacia atrás. La brisa que había permanecido en el cuarto avanzó dejando paso a un viento impulsivo que elevó las cortinas. Esperanza sintió que su cuerpo respondía: sus pezones erectos dieron cuenta del cambio en la habitación. Recordó el mal sueño y su piel se erizó completamente.
Está acostada sobre una elevación rectangular y angosta de piedra. En el sueño piensa que es como la vista en Escocia, la muralla de Adriano. No le molesta la posición. Está quieta, se ve tranquila, como si solamente descansara. Hay una placidez en aquello, ella y el magistral alfombrado verde de esa campiña. Aunque se ve desnuda, no hay temor, tampoco vergüenza. Esperanza ve cómo pasan las nubes. No hay calor, tampoco frío. Yace sobre rocas, pero estas no le incomodan. Se ve mirando el cielo: cúmulos de imaginación bailan entre un azul brillante. Ella sonríe. De pronto dos mariposas aparecen y se posan en cada busto. Esperanza las ve. Son como un tornasol brillante, aleteando rítmicamente. Las mira atenta. Los colores cambian: amarillo, blanco, rosado, púrpura, ella sonríe sorprendida. De repente, mira al cielo que se ha oscurecido. Ahora las nubes son nimboestratos: grises, sin formas. Siente gotas en su vientre. La lluvia comienza a caer. Eleva el cuello y ahora las mariposas son marrones oscuras, casi negras. Las mira y observa cómo penetran sus areolas con unas largas trompas. Empiezan a chupar. Siente un dolor quemante, pero no puede quejarse. Quiere gritar, aprieta sus ojos, intenta mover sus brazos; sus manos inmóviles, están como sujetas a cada lado de su cuerpo. No puede hacer nada. Esperanza está observando a Esperanza. Mira cómo las gotas caen hiriéndole toda su piel. Se da cuenta que las gotas de lluvia son como afilados clavillos, pero no puede gritar. Parece que todo se moviera lentamente, como en cámara lenta. Sorpresivamente cada gota toca a las mariposas y en vez de golpearlas, parece que las engrosara. Sus alas producen un ruido como de engranajes herrumbrosos. Ese chirrido le hace doler los oídos a Esperanza. Siente dolor en todo su cuerpo. Las antenas de las espantosas mariposas golpetean cada seno, que bajo el constante succionar, se van convirtiendo de turgentes redondeces en arrugadas ciruelas, mustias, ennegrecidas. Grita desesperada y de pronto se lleva las manos a su pecho vacío, plano, como de una niña apenas.
Se estremece Esperanza de tan solo recordar la pesadilla. Mira la hora en el despertador: 3:00 am, hora de malos presagios, piensa.