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noviembre 20, 2010

M guión R

Conocí a Rosario regocijada en sus 70 decibeles de risa. Su conversación de amplio espectro, podía darse entre su conocimiento del Sur, los aportes de la física cuántica y sus innumerables experiencias en el sexo. De gustos propios de una gourmet, bebía vino habitualmente, era adicta a los quesos madurados y le gustaba comer vegetales en todas sus variantes, de hecho, la cocina era su espacio natural.
Ir a su apartamento suponía toparse con sus amigos: artistas, cantantes, bons vivants, que nos encontrábamos para disfrutar de la compañía de una copa de vino tinto, su babaganoush de sabor intenso y la música que saliera desde la espontaneidad del encuentro. Ella era soprano y de grupos corales tenía historias muy sabrosas de escuchar. Como aquella de la presentación de Carmina Burana que había provocado erecciones masivas y orgasmos en serie. ¡Fue bárbaro, nena!
Su hermoso cabello rubio, repleto de suaves espirales la mantenía con ese aire de hippie en sintonía con sus extravagancias al vestir. Una vez fue a la oficina con una peluca azul eléctrico que contrastaba genialmente con su tez de vaso de leche y su iris de prado irlandés. Ella me vio al entrar, me guiñó un ojo y yo capté inmediatamente, a manera de nuestra habitual conexión, que venía una “performance espontánea”. Se quitó un gabán gris y quedó con una malla de leopardo. Ni hablar de la reacción de la gente. Bueno, realmente todos ya sabíamos cómo era ella: única.
Mi amiga Rosario, sí, era todo un personaje. Amante enloquecida de los perros, se hizo activista de Greenpeace y comenzó a mandar todos los correos posibles para salvar a cualquier especie, en cualquier lugar. Era perfectamente bilingüe y, en ocasiones, alardeaba de ello, pues decía que primero pensaba en la lengua de Wilde y después en la suya, que estaba repleta de lunfardo. Alguna vez intentó casarse, ¿o se casó?, la verdad no recuerdo, pero entre nosotras, ella era un “espíritu libre” y estar sujeta a la monomanía del amor, no era lo de ella. ¡Sabés, pura transmisión de fluido lo mío, querida!
Tenía una colección de pinturas de “su gente”, algunas con firmas que harían suspirar a un curador. Discos de acetatos, poemarios dedicados a su padre -¡sí nena, esa es la firma de Borges!, junto a una cantidad indeterminada de objetos, piezas, adminículos de las más raras procedencias. Rosario era parlanchina, acuario y escribía con la zurda.
Hoy la vi. Sus ojos cercados por la angustia tiñen la escena más lúgubre de lo imaginado. Todo pasó hace tan solo una semana. Me mira y yo quisiera leerle la mente. Le hablo. Toco su mano más cercana y está caliente. Le tomo el hombro desnudo y está muy frío. Cambia su mirada y le digo que estoy allí. Me siento una imbécil queriendo animarla. Las palabras que siempre me fluyen bajo sonrisas y en positivo, ahora las hurgo con desesperación. Estoy casi en shock.
Me aparto de ella con calma, y con prisa, me acerco donde dejé mi bolso, busco una libreta de notas y un bolígrafo. Me apuro. Me detengo antes de la cortina. Luego me acerco y le digo que me escriba lo que desee.
Escribe débilmente con su mano derecha. Su letra se volvió pequeñita, balbuceante.
que cagada
me quier matar
Monitores. Catéteres.
El diagnóstico, desconocido para ella: G4, múltiples complicaciones, pronóstico reservado.
Olor a yodo. La asepsia de ese lugar sin emociones, y con todas ellas contenidas en una mirada suplicante. Veo a Rosario y no sé qué me dicen sus ojos…