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noviembre 23, 2010

Sueño con serpientes

―¿Nos vas a contar o qué?― preguntó como enfadada Laura.
―¡Ay sí… tranquila!, pero es que ya sé que me vas a sermonear después― respondió María Valentina mirando a su interlocutora con algo de vergüenza. Y no era de extrañar, pues cada vez que Valen –como todas le decíamos- contaba algo de su intimidad, bien fuera deseos o experiencias, Laura siempre salía con una lección de vida, la verdad, bastante aburrida para el resto de nosotras.
Habíamos quedado en tomar alguito en “el sitio”, nombre estratégico que le pusimos a una pequeña pizzería donde aparte de cervezas, vinos y comida italiana, se armaban los jueves unos encuentros musicales de buena onda. Allí llegamos después de las 7: Laura, Melanie, Amanda, Valen y yo. Esa noche iba a tocar “un trabuco”, apelativo que la loquita de Valen le ponía a los grupos que tocaban salsa.
Con las respectivas Pilsen empezamos a ponernos al día con nuestras actividades: el cambio de oficina de Laura, la clonación de la tarjeta de la mamá de Amanda; el par de sandalias de pronóstico que estrenaba Mela, las novedades de mi taller y las anécdotas, siempre las anécdotas de Valen.
―Seguro que ya les adelantaste algo en el carro a estas bichas…― dijo Amanda dándole un leve pellizco a Laura quien había buscado a Valen al salir del trabajo.
―¡No, no ha contado nada, gafa!, dijo con sorna Melanie que era la copilota de Laura, en tanto le hacía una seña al mesonero para que se acercara.
―¡Bueeeeno! ―comenzó Valen estirando el cuello como en ejercicios mañaneros. ―Ayer soñé con “papito-mi-rey” y fue tan vívido ese sueño que he estado todo el día a punto de escribirle un mail, a propósito de nada…, pero claro, no lo hice… ―soltó como una exhalación, al momento de llegar el mesonero para tomar la comanda de estas hambrientas de historias. Luego de dos “familiares” con tomate seco y mozzarella, seguimos escuchando animadas el inicio del erotismo onírico de Valen.
―Ustedes saben que este carajo me encanta y como nos vimos en la reunión, no perdí oportunidad y ¡zas! le caí a preguntas sobre el proyecto. Él, cortés, divino, me hablaba y yo, pues… palpitando, ¡ustedes saben!― María Valentina tenía esa peculiar forma de contar las cosas que nos mantenía absortas en sus cuentos. Estira las vocales, se mueve en la silla, se agarra el cabello, gesticula como toda una italiana en acción.
―¿Y en el sueño qué pasó: lo “palpitaste”? ―dijo riéndose Melanie mirando de soslayo porque ya estaba de vuelta el mesonero con los cubiertos y platos. El lugar para ese momento ya estaba lleno; los ruidos de la gente alrededor aminoraban la acústica y nosotras debimos acercarnos, a manera de confesión, para seguir escuchando a Valen.
―¡Me lo comí! Bueno… a besos, ¿no sé porqué no puedo imaginármelo desnudo? Él se ve chévere; me mata su boca, su forma de mirar me fascina, su sonrisa me derrite, pero, así, cual Adán en el Paraíso, ¡ay no sé, no me sale!― se llevaba ambas manos a la cara, como una niña malcriada, nosotras como niñitas también, nos reíamos cómplices. Claro, Laura ya estaba con su cara de Dra. Freud amargada analizando el sueño y sus intríngulis.
―En el sueño―seguía contando Valen― estábamos en el salón, sentados equidistantes, nos veíamos de reojo. Yo sabía que él estaba viéndome, y, de repente, yo me paré para ir al baño. Fui, me lavé las manos, lo recuerdo como si fuera un ritual, como algo raro, no sé y al salir, él estaba en el corredor… como esperándome. Su mirada, directa a los ojos, me desnudaba las ganas. Entonces ya no era el corredor, ni el salón, era su carro –que no sé ni qué carro tiene, ¡pero bueno!- ―respiró profundo Valen, mientras las cuatro amigas seguíamos atentas como en trance. Yo en un momento me percaté de las caras de las otras: ¡qué encanto las miradas de estas adultas-adolescentes!―entonces―prosiguió Valentina― fue una noche de besos, ¡lo máximo! Es que yo chamas, es definitivo, a ese carajo le zampo más rápido que inmediatamente…
El ambiente risueño se quedó el resto de la noche. Las pizzas llegaron, se llenaron varias veces los vasos de cerveza; los cuentos de amores siguieron, empezó la pachanga, como dice Valen, y la atmósfera de sueños líquidos se revivía dentro de mí. ¡Ay, si yo les contara!