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mayo 25, 2011

Ejercicio a partir de Ednodio Quintero

"Una vieja beata que no conocía hombre soñó que hacía el amor con el diablo. Despertó y temprano fue a misa. Al regreso buscó la escopeta matatigres de su hermano, se la metió entre las piernas y se disparó dos tiros".
La culata hizo el trabajo. Ese efecto de choque inverso, doble, la llevó al paroxismo. El gozo que le dio aquello, entre la acción en retroceso y el estruendo del artificio, le produjo un placer que nunca, ni en las mejores lecturas de Sor Juana, había logrado sentir. Su bien amado demoníaco, en sueños le presentó la idea, ella se supo tomada por una bestia suprema. Ante la culpa del Morfeo con cachitos, pensaba que la oración, el agua bendita y tres Padrenuestros limpiarían su atormentado vientre. Por eso, temprano como de costumbre y habiéndose cuidado en sus afeites, partió a la iglesia a encontrarse con Dios, a intentar dar con la paz que no tuvo a lo largo de la noche anterior.
Pero no fue así, por el contrario, al observar cómo entraba ceremonioso el padre Alberto, con su sotana limpísima, su cabello en corte y peinado correctos y, sobre todo, al verle las manos como aves salvadoras en el manierismo de la liturgia, le produjo un arrebato que supuso controlar apretando las pequeñas cuentas de su rosario mariano.
Divino, solo divino puede ser ese éxtasis que en líquido humor siento, dijo en susurros la beata. Allí, en mitad de la nave central, con sus rodillas endurecidas por la madera de la contricción, hizo un largo suspiro y se entregó a sus pensamientos con olor a incienso. De pronto, como una revelación, ya que no hay cosa más libre que el entendimiento humano, se alzó presta, santiguó su frente y corrió a desembarazar su alma de eso, tan solo por obedecer un mandato.