-

-

agosto 26, 2011

Las sombras largas

Sentía su olor a salitre. Su espalda, pegada a la colcha, formaba un enorme trazo acuoso. Su cuerpo estaba inundado de gotas. Un millar, un millón quizá de diminutos diamantes parecía cubrirla. Anuk, en mitad de la cama, reposaba su cabeza sobre un cojín, mitad negro, mitad gris. Su cabello semejaba la cola de una langosta. Su cuello parecía adornarse con un collar de agua; sus pantorrillas aplastaban una delgada almohada de seda roja. Sus pies estaban suspendidos, libres de ese pegote. Ella creía que destilaba, pues de sus talones sentía resbalar gotas, que por momentos le producían leves cosquillas. En el ventanal, su torso reverberaba en una mezcla entre miel y cobre.
Más allá Papik toma el delgado mango y mezcla. Desde su atril~frontera, golpea la tela, restriega los pelos entre el amarillo y el naranja. Limpia, mezcla otra vez. Cada trazo es irregular, intenta captar ese cuerpo que antes estuvo entre manos, ahora, vívido a través de sus dedos sujetos al pincel.
Del lienzo va apareciendo otra Anuk, menos carnosa, tal vez algo menos bella, sin embargo, la atmósfera que está creando Papik, la que surge de su imaginación, supera la perspectiva de ese encuentro a 42 grados en la sombra, sin viento.
Esa tarde fue una de las más ardientes nunca antes plasmadas por él.