Oculto, ya encostrado, ha dejado de supurar. Toca los bordes, casi resecos. Sabe que abajo, permanece en latencia aquella voz dulcísima de la muerte. ¿Lo ha superado?, creo que se pregunta. Me gusta pensar eso.
Termina la operación. Observa cómo ha quedado. Parece flotar sobre la superficie de acero, pero está allí, en su magnitud gris. No hay irrigación. No hay frases alentadoras. Está arbitrariamente expuesto. Aquello pudiera ser una vileza, pero no.