-

-

agosto 21, 2013

Cumpleaños feliz

El reloj marcaba las 10:11 en su mesita de noche y Amelia seguía sentada en una esquina de su cama ordenando sus emociones. Tomó el móvil puesto a su lado. Mientras repicaba veía aquella caja llena de polvo. Adentro, revistas desordenadas, papeles sueltos, recortes y anotaciones amorosas escritas en pretérito. En la otra mesita, los libros arrumbados con marcadores presos entre historias ya olvidadas. Los contó, eran cinco. Al lado de la cómoda, la silla utilitaria -recuerdo de su tía Inés- repleta de ropa que solo hablaba de olvidos y apuros. Dos pares de zapatos puestos como cayeron, una correa con la hebilla desgastada sobre el respaldar, calcetines disparejos bajo las patas, un total barullo de piezas apiladas. Nada parecía aquella habitación de antes, fragante a rosas y canela, donde el edredón siempre olía a caricias y los suspiros estaban grabados en la cabecera de la cama. Un espacio donde el amor comenzaba desde las lecturas discutidas hasta las sesiones de fotos improvisadas suspendidas por el juego del placer. 
Hacía 23 grados. Lo único agradable allí.
-Andrés se marchó hace dos horas, dijo Amelia con voz pausada a un interlocutor desprevenido. Un momento de silencio. Luego una respuesta audible, un "gracias" seco, entre dientes, sin atisbo de sonrisa. Ella estaba de cumpleaños y no esperaba soplar las 28 velitas. Frente al espejo de la cómoda, su reflejo seguía siendo hermoso. Perfumes, velas; pequeñas imágenes, collares colgados a un lado del rectángulo, le hacían marco a esa cabellera cobriza de recto corte, la nariz aguileña con un respingo de niña, la boca espléndida de labios gruesos levemente rosados y ese par de esferas marrones que chocaban con esa seriedad que le daba adustez a una mujer antes amable con el espejo. 
Todavía con el aparato pegado a la oreja, en silencio, escuchando quién sabe qué discurso pertinente sobre la noticia recibida, Amelia se levantó y el portarretrato que ocupaba el centro  focal de la cómoda lo puso al revés.