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junio 24, 2014

Hija del agua

Me gusta la lluvia. Mucho. Hay una sensación más allá de lo físico que me hace sonreír cuando me encuentro bajo sus gotas enormes y frías. Me calma, pero me sexualiza también. Es tal el disfrute sensual del contacto con el agua de lluvia que me pongo de manera automática en estado de placidez. Ver la lluvia, estar en ella.
De acuerdo con mi signo zodiacal (occidental) soy Agua, escorpiana para mayores señas. Todo lo relacionado al agua me gusta hasta que llegamos al mar, allí se transforma mi placer en miedo. Y supongo que así es el goce...
Lo extraño es que cuando niña jugaba mucho en el mar, me sumergía y estaba conteniendo la respiración por minutos, abría los ojos y me dejaba llevar por el sentir. Recuerdo cómo me ardían los ojos luego, al salir. Voy en mi memoria, me veo mis dedos arrugados, mis uñas transparentes y escucho la melodía de las olas afuera, y adentro, abajo en las aguas, ese peculiaridad del sonido subacuático.
Hoy no puedo hacer eso. Me aterro. Siento mi corazón acelerado, me mantengo a una distancia más cerca de la orilla y si las olas sobrepasan mi cabeza empiezo a hiperventilar, casi. Sé que algo desencadenó ese miedo. No lo he confrontado -hasta allí no he llegado con mi psicoanalista- pero de seguro hay una explicación para ese terror. Mientras tanto, escribo sobre ahogados y perdidos en el mar, a ver si conjugo vientos a mi favor y supero los miedos, escribiendo, al menos.