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marzo 12, 2015

Irse de Educación

Alguna vez dije que solo si se amaba la profesión de ser docente, no había barreras para no estar conectados con los alumnos. Hoy, de salida, desde la acera del frente, me paro y analizo cuánto dejamos quienes decidimos renunciar a nuestro empleo como profesionales de la educación.

Lamentablemente solo puedo hablar desde la frustración, la decepción y el hartazgo. Ser una profe de Literatura que no logra que sus alumnos lean, sean más cultos y que deseen esmerarse cada vez, es muy triste. Los resultados de las evaluaciones en el primer trimestre del año fueron terribles. Alumnos que nunca cumplieron con sus obligaciones, que nunca leyeron los textos enviados en archivos adjuntos a sus correos, incapaces de usar sus dispositivos móviles para algo distinto a jugar y charlar. Alumnos que querían leer otras cosas, pero que ni sugerían cuál era el tópico, ni llevaban muestras de lo que les interesaba de verdad. Estudiantes que ciertamente deseaban estar en modo no hacer. Alumnos, metáfora de país en crisis.

La situación de la escuela venezolana va de la mano con el contexto político y económico del país. Dentro de una compleja realidad que encierra a familia-escuela-sociedad, los alumnos están altamente desmotivados y, en muchos casos, ausentes o aparentemente despreocupados por el acontecer nacional. Las aulas se han convertido en espacios para distraerse, no para aprender. Los momentos de recreo han ampliado sus horas. ¿Puede sugerírsele a un grupo que lea la prensa, interprete escenarios y además comprenda que las realidades literarias pueden parecerse a la vida misma? ¿Puede exigírsele a un alumnado que analice una obra latinoamericana y perciba cómo se permean las tragedias y las esperanzas desde lo posible real y tangible a lo ficticio en papel y tinta? No, no es fácil en la realidad del docente de Literatura en este momento-país. 

Puede parecer un exabrupto, una exageración producto de la necesidad de justificar el abandono a la profesión docente, pero quien lucha por hacer su trabajo agregando valor, es cuesta arriba. Tan solo hay que encontrarse con colegas y escuchar y compartir, tanto como si se estuviera en una sesión de AA. Desoladora analogía.

Cuando me vi en vacaciones decembrinas pensando más en cómo lograr que mis estudiantes estuvieran entretenidos -al menos- fue un alerta: ¿qué estoy logrando que ni siquiera se leen lo mínimo que les mando? Ya el rapport que lograba en aquellos deseosos de saber más, lectores en formación, curiosos del mundo y abiertos a descubrirlo, no existe. Esa generación ya pasó. Hoy recuerdo a los alumnos que hasta hace un mes, todas las veces posibles, me decían que no hiciéramos nada, que habláramos de cualquier cosa, que estaban aburridos, que para qué leer esto o aquello, que hacer un ensayo para qué… En fin.

En mi manera de ver la vida se hacen las cosas por el gusto de hacerlas, esa fue mi experiencia académica. Hoy harta de hablarle a la pared, me rindo y busco hacer algo que me haga feliz. Hay demasiada mediocridad que no deseo tener de frente, reposando asentaderas en un aula contaminando de apatía mi mundo de emociones, sentimientos, nuevas perspectivas y vidas ricas que es la sumatoria de la amada literatura para mí.

Quizá sea perorata lo mío o una justificación de alguien que deja lo amado por falta de amor.