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junio 19, 2015

Los colores de Mariana

Mariana dice que no le gusta ningún color. Ella dice que no tiene color favorito. Pero la verdad es que Mariana no sabe de colores.
Esta mañana su prima favorita, Estefanía, le preguntó qué le parecía su nuevo suéter. Uno de lana, de tejido muy cerrado, con cinco graciosos botones de madera mate. Mariana sintió un calorcito adentro de sí y solo se encogió de hombros.
― ¡Ay, qué antipática eres Mariana, por lo menos dime algo…! ― reclamó la niña sacudiéndose el cabello y yéndose con su pelota a una esquina del patio. Allí, más allá de las matas de mango, se podía disfrutar del terreno despejado, una alfombra mullida y tibia. La luz de la mañana era resplandeciente, el cielo tenía ese matiz despejado de los días posteriores a una lluvia fuerte, la atmósfera estaba pulcra y las nubes, muy arriba, jugando a las escondidas con el sol.
Mariana se sentía apenada. No pudo decirle nada de ese suéter tan bonito, con ese color como de chicle bomba. Desde que llegó a la casa de su tía, vio cómo corría Estefanía a su encuentro enfundada en esa prenda con color de gelatina. Se abrazaron las primas y Mariana sintió la suavidad del suéter y pensó que ese color era como terciopelo en noches frías. Se sentía un poco triste, no podía decir nada. Lo cierto es que ella no sabía los colores. Y es algo muy raro porque en el colegio desde pequeñita, como a todos los niños, se los habían enseñado, o al menos eso puede suponerse. El caso, y eso es definitivo, es que Mariana no se sabe los colores.

Cierta vez estaba su papá haciendo una torta. La cocina parecía un caos, las mujeres de la casa, es decir, su mamá, su hermana mayor, su abuela y ella misma, disfrutaban el desorden porque él había decidido aprender y eso es bueno, como dice el abuelo Ernesto, siempre: “no hay que temer aprender, para eso vinimos al mundo”. Mariana le dijo a su papá que ella quería ayudar y se quedó muy cerca viendo todo el proceso, mientras el resto de las mujeres de su familia entraba y salía para no criticar el desastre que hacía el pastelero novel.
Fue así que Mariana vio cómo la mantequilla abandonaba un poco su color y se suavizaba con el azúcar dentro del bol. El batidor daba vueltas y la mezcla iba tomando una textura como pegajosa. Después esa crema fue llenándose de un color como el sol con los seis huevos que su papá agregó adentro. El batidor daba vueltas y vueltas y todo subía y bajaba haciendo unas olas gruesas. De repente, su papá tomó un frasco pequeño y Mariana vio cómo caían unas gotitas de un color como el que usa para dibujar los troncos de los árboles. ― ¿Papi, qué es eso? ― preguntó curiosa. ― Se llama esencia de vainilla ― respondió el papá al momento de agregar la harina. Mariana vio entonces cómo ese color algo oscuro empezaba a limpiarse. La batidora iba mezclando y todo se volvía como algodón, después le echó una taza de leche y volvió a estar como muy limpia, parecida a la hoja de papel que usa para colorear.
― ¿Papi, qué sabor va a tener esta torta sin color? ― preguntó Mariana mientras metía su dedito índice en un ladito del bol.
― ¿Sin color? ― repreguntó el papá algo confundido.
―Bueno… ― empezó a responder algo dubitativo ― yo creo Marianita que será del color del trigo… la verdad, no sé… recuerda que esta es mi primera torta… habrá que preguntarle a la abuela, que es la experta― dijo con algo de vergüenza porque no había podido responder con precisión a la pregunta de su hija. Y no crean que el papá tampoco sabía de colores. Él sí sabía, lo que pasaba era que nunca había hecho una torta y eso de colores de ponqués, no se le daba con facilidad.
―A ver Marianita, mejor vamos a limpiar todo esto antes de que me regañe tu mamá ― dijo el papá mientras ella echaba al lavaplatos tres tenedores, un platito, cinco cucharillas, dos espátulas y ocho recipientes, todos muy sucios.

Estefanía hacía rodar su pelota por el patio, daba pequeñas carreritas y la pateaba suavemente. Mariana la veía sentada en el escalón de la terraza. El pelo de Estefanía rebotaba. Sus rulos del color de las zanahorias brillaban muy bonito y Mariana quería acercarse pero no sabía cómo hacerlo. Nunca su prima le había dicho antes esa palabra: “antipática”. De pronto sintió que le acariciaban suavemente su cabeza. Alzó la vista y vio a su abuelo Ernesto que se ponía en cuclillas para estar a su lado.
― ¿Por qué no juega mi niña? ― preguntó el anciano con su cara llena de arruguitas suaves.
― Es que Estefanía me dijo antipática y se puso brava conmigo ― respondió Mariana levantándose para que su abuelo no se agachara totalmente. Le tomó del antebrazo y se fueron hacia las sillas que estaban en el solar de la terraza. El abuelo arrastró una silla para que se sentara Mariana diciéndole: “las damitas primero” y después él se sentó sonreído.
Siempre el abuelo Ernesto tenía las palabras justas. Su cara como una pasita del color de la leche condensada provocaba agarrarla, de hecho eso hacía todas las veces Mariana. Le tomaba cada pequeño doblez y lo sentía entre sus manos. Era como si se tocara un acordeón, pero suave y con olor a colonia de abuelos.
― ¿Y se puede saber por qué Estefanía te dijo esa palabra? ― preguntó con algo de picardía el abuelo. Mariana no sabía qué decir con exactitud. Lo miró y no respondía. Su abuelo la había acostumbrado a tomarse un tiempo para pensar. Le había enseñado que las respuestas deben darse en su momento, evitar los impulsos, porque de lo contrario saldrían palabras feas, con malos olores. Tomó aire, suspiró y le dijo con vergüenza: ― Es que yo no sé los colores y no le pude decir lo bonito que es su suéter.
El abuelo se sonrió, parecía que quería reírse, pero no lo hizo. Comprendió que aquello exigía una revisión inmediata. Debía ponerse en marcha con una solución a ese problema.
―Mira nietecita linda…― comenzó el abuelo a hablar ― …cuando no sabemos algo buscamos aprender, ¿ya te lo he dicho, verdad? ― A lo que Mariana asentó con la cabeza con sus ojitos abiertos en la esplendidez de quien recibe una lección.
―Observa a Estefanía…― dijo el anciano instando a que juntos detallaran a la niña que estaba distraída mirando el césped con mucha atención, absorta en algo, alguna novedad que ni Mariana, ni el abuelo podían saber qué era. La niña estaba encorvada, con las manos en las rodillas algo flexionadas y la mirada fija en la grama. Su cabello le caía por los costados de la cara.
― ¿Te parece lindo el suéter de Estefanía? ― interrogó el abuelo, a lo que Mariana volvió a asentar con la cabeza, pero esta vez dijo, como en un impulso:  ― ¡¿Pero de qué color es abuelo?!
El abuelo Ernesto supo que debía aprovechar este momento mágico para recrear los colores frente a los ojos de su nieta hermosa. Así, como un mago, se acercó a Mariana y le agarró delicadamente la nariz entre sus dedos, índice y medio, sonrió y le dijo: ― Ha llegado la hora de que te presente a los colores. A ver… sentadita correctamente ― corrigió el abuelo la postura de su nieta mientras él se acomodaba también en su silla como si fueran a presenciar una obra en el patio y comenzó a decir…
― Esta bella casa la construimos tu abuela y yo hace muchos, muchos años. En ella queríamos tener todos los colores. ¡A nosotros nos gustan los colores! Cuando compramos el terreno no había nada. Solo esta extensa alfombra verde, este bello césped que hemos cuidado a lo largo de toda nuestra vida juntos. Verde se llama el color de la grama, verde son las hojas de las matas de mango, verde es el color de los ojos de tu abuela.
Mariana estaba absorta mirando el patio y viendo cuán verde era.
―Cuando comenzamos a pensar en cómo haríamos la casa decidimos mantener una extensión grande de terreno que siempre estuviera bajo el sol. Amarillo es el sol, como amarilla es la alegría que se siente cuando vemos una margarita, el polen de las caléndulas o… ¡nos comemos un sabroso cambur! ― rio con ganas el abuelo y Mariana también recordando lo rico que son los plátanos, los mangos maduros y los duraznos. ¡Todos amarillos!
― ¿Viste mi niña qué bonito está el cielo ahorita? ― preguntó el abuelo y Mariana miró el cielo y sonrió. ― El cielo es azul, como las líneas de mi camisa… ¡Mira! ―Y la niña detalló cada liniecita breve en las mangas y en el frente y dijo entusiasmada: ¡Azul como la tinta del bolígrafo! ¡Como la franela que usa mi hermano en el colegio! ― ¡Así es! ― dijo el abuelo dándose cuenta cómo había cambiado la carita de su nieta: antes entristecida, ahora iluminada porque estaba aprendiendo.
― ¿A ver, a ver? ¿Cuál es la fruta preferida de Marianita? ― preguntó divertido el anciano buscando todos los trucos posibles para enseñarle a su nieta lo grandioso de saber los colores.
― ¡La manzana, abuelo! ― dijo entusiasmada.
― La manzana es roja…  ¿pero también es…? ―preguntó el abuelo para comprobar cuánto estaba aprendiendo su nieta. ― ¡Verde y amarilla! ―respondió Mariana muy alegre dando un salto de la silla y ambos se carcajearon sonoramente. En eso que estaban riéndose de lo lindo vieron acercarse a Estefanía con cara de sorpresa. El abuelo Ernesto aprovechó y dijo con voz más fuerte: ― ¡Y aquí viene mi otra nieta linda, la del cabello anaranjado como las mandarinas!
― ¡Y como la auyama que cocina la abuela! ― acertó Mariana visiblemente feliz por su hallazgo de dar con los colores. Estefanía no entendía nada pero sonrió porque era un contagio de alegría estar allí.  ― ¿Por qué se están riendo tanto? ― preguntó curiosa mientras se sentaba en las piernas del abuelo y veía cómo saltaba Mariana en un pie, a lo que esta respondió regocijada: ― ¡Porque ya me sé los colores! ¡Yujuuuuu!
De pronto el abuelo tosió falsamente como aclarándose la garganta y le dijo a Estefanía con una voz peculiar imitando el acento francés: ― Oh la la! ¡Qué lindo tu suéter, mon cherie! ― se volteó hacia Mariana y dijo alegremente: el suéter de Estefanía es… ¡de color lila! ― y allí Mariana saltó de alegría y se acercó frenética a Estefanía y le dijo: ―Me gusta mucho, mucho, muchísimo tu suéter de color lila!

Las primas se abrazaron sobre las piernas del abuelo que les decía que lo iban a tumbar de la silla y rieron todos felices, pero más Mariana que estaba ya segura, segurísima, de que no iba a olvidarse nunca más de los colores.