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julio 01, 2015

Virgo

Al despuntar el alba, cantó su madrigal, hizo su caminata hacia la capilla cuidando de no manchar el borde de su vestido, y fue a sus habitaciones a finalizar las caligrafías excelsas que le habían encargado. Los bordados de la capa de su padre, el regidor, ya los terminó. Él dice que ella es perfecta. Las mujeres de la villa dicen que sus encajes son primorosos. Ella está consagrada a sus labores. Todo debe ser maravilloso y todos alaban sus magistrales tareas.

Le gustan los trabajos bien hechos, adora la pulcritud, ella en sí es impoluta, y aunque no lo sepa su madre, toma baños nocturnos en el estanque del patio interior que la dejan satisfecha. Su criada le advierte que puede contagiarse de una enfermedad de tanto bañarse. Ella le molesta la intromisión y solo responde que eso le hace sentirse bien. Medita después del baño, lee infaltable cada noche un cuento de los de Canterbury con sus manos enguantadas y revisa, con parsimonia, la cajita de madera labrada donde guarda sus llaves. Cada una para un cofre determinado: sus hilos, agujas y pañuelos; sus pinceles y lienzos; su colección de mariposas; intensas esquelas y pequeños obsequios. Entre todas las llavecitas siempre hay una faltante, la que abre una puertecilla angosta, oculta tras el frondoso follaje y que da hacia el patio interior.