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febrero 18, 2017

Parias del arraigo


Las veredas las camina excepcionalmente. Todo lo mira desde las cuatro ruedas y a velocidad media. No anda como solía hacer, gustosamente, de este a oeste, de norte a sur.

La mañana está despidiéndose mientras atraviesa una hermosa hilera de árboles suntuosos bajo un cielo hiperbólico en sus azules. Llega frente a esa iglesia antigua y oye un solitario graznido. Recuerda entonces otras calles, otros verdes inundando las pupilas y ese gavilán que daba los buenos días desde lo alto del edificio vecino.

Contemplar una ciudad desde las querencias sensuales de otra no sirve. Es plagio. Es fingimiento ante los bonitos recuerdos que tendría la nueva ciudad en ti en unos años. Algo así como un aborto de las otras coloridas estampas, distintas, sí, pero también hermosas que podrían llenar las vivencias de tu paso andariego.

La memoria de tus calles del pasado, de tus cielos de la infancia, de los olores de tu casa materna están atrapadas en esa zona del cerebro a la cual siempre puedes acceder. Aunque seas de los que insisten en que "¡como allá no... Nada se compara!" Es cierto, todo es incomparable.

Los venezolanos en el exilio nos vamos quedando entre las gavetas de los recuerdos viejos. Somos parias del arraigo patrio. Nos convertimos en reductos de afecto que solo se conectan a través de redes sociales para hablar sobre la Venezuela que nos duele, nos afecta, nos toca ver de lejos.

Somos ciudadanos abandonados, sin pasaporte, solo con números que nos identifican como desterrados. Yo misma una más entre los 6 millones 148 mil 400 almas registradas el mismo día. Hoy un guarismo sin sentido.

Lo que queda es recordar que pertenecemos a esa tribu de la idiosincrasia del ¡Sí hay...! El deseo de cambio, la lucha por la democracia, la persistencia en la fe. Esos los refugios ante la anomia nacional.