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junio 09, 2017

Ferina



Esa voz que sonaba familiar, diría cualquier venezolano de oído avezado, zulianísima en sus frases y cadencia, intentaba comunicarse con el hombre en el tren. Lo miraba directo y le hablaba de frente con un acento fuerte. Le increpaba sobre la molestia que le causaba a ella su tos recurrente. El sujeto se bamboleaba en su asiento, parecía, la verdad, más embriagado que enfermo, la miraba a ratos. Yo me había subido en Coconut Groove, habíamos avanzado ya dos estaciones y la mujer no cesaba en su reclamo.
Algunos pasajeros nos veíamos sorprendidos con el nivel de insultos que le profería a aquel escurrido de carnes. Quizá pesaría no más de 60 kilos. Su ropa holgada hablaba de otras formas, tal vez unas pasadas redondeces, un tiempo mejor. El cabello largo, oscuro y desordenado contrastaba con esa blanca faz de ojos azules rodeados de enormes círculos grises. La nariz aunque afilada terminaba en dos narinas como frambuesas. Por momentos parecía que balbuceaba algo o tan solo hipaba quedamente.
La mujer insultaba en español, el sujeto parecía no entenderla. La miraba, por momentos sonreía, sus párpados se cerraban en cada envión del tren, entre un vaivén y otro parecía que algo mascullaba. Ella no le perdía de vista, atenta a esa constante tos de cajón, áspero sonido que le crispaba el ánimo. ¿Y por qué no se cambia de puesto esa vieja? sugirió en voz baja una mujer con acento paisa. Un hombre respondió con sorna: A esa le falta un guajiro que la acomode. O un dildo que la consuele, dijo mirando hacia un lado un joven con una gorra tricolor con siete estrellas.
La enfurecida mujer hablaba de riesgos de la Bordetella pertussis, el ébola, las bacterias del siglo XXI, los anticuerpos... En fin, estaba claro que sufría de nosofobia y aquella versión masculina de Margarita Gautie al frente de su asiento le alteraba su sistema de alarma. 
Ella insistía en sus fuetazos verbales, nosotros, los testigos de la escena, seguíamos sin entender la permanencia en el mismo vagón del interfecto tosiento. De pronto al anunciar la estación de Douglas Road el hombre se incorporó algo tembloroso y mirando a la mujer le dijo a viva voz: ¡Vergación, vos sois más necia que un cadillo en el ojo!