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diciembre 18, 2019

Mi madre, la que escribe

A mi madre no le gusta García Márquez. Me dice que habla mucho... que ella se enreda. A ella le gusta Irving Wallace. Lleva tres libros de él, leídos con pasión. Me cuenta cada uno como si fuese una película. Me confirma que esas sí son narraciones vívidas e interesantes.


Mi madre me leía cuando era pequeña, pero muchas veces, creo que la mayoría, inventaba relatos. Me dice que yo sufría si se le ocurría meter algún conflicto entre el pequeño ratoncito y el gato avispado. Allí debía cambiar la historia, so pena que yo, la sensible, pudiera llorar por los avatares ratoninos.

Mi mamá hoy escribe cuentos. Unas historias salpicadas de color local. Ella ahora escribe a sus 85 años en grandes cuadernos donde cada página numerada le habla de avances. Son relatos de animales humanizados, de familias con matices grises; de jóvenes que viven en el campo y sueñan con las maravillas de la ciudad. Me los cuenta con emoción y me explica cómo piensa en lo que escribe. Me plantea cómo inventa los personajes, me dice que algunas situaciones debe analizar bien cómo resolverlas porque a veces se traba y le parece que eso que quiere decir no es real. Escribe y deja reposar lo escrito: "Ahí llevo la historia de Julián... cocinándose a fuego lento. Mañana la agarro otra vez y sigo contando". Ella relee y tacha y agrega y se cuestiona cuánto cambio podría tener un personaje determinado con un problema específico.

Sus narraciones tienen enseñanzas: siempre hay alguien que guía, alguien que toma una lección de vida; para un entuerto, una resolución; tras un deseo, un logro. La escucho y veo el acto creativo en su pureza. Yo que estudié Letras, yo que sé de literatura, y es mi madre la que tiene más claro qué significa eso de pensar, sentir y narrar.